Pues bien, hace algunos varios años, cuando yo era una universitaria sin preocupaciones y cantaba la-la-lalalalá por los amables pasillos del campus, tenía una columnita en el pasquín de Psicología (si usted amable lector no puede más de la curiosidad o, mejor aún, quiere volver a leer dichas columnitas para sentirse universitario nuevamente, dirija su linda mirada al final y haga clic en el enlace que amablemente le dejé. Si le da lata mover el mouse puede hacer clic ACÁ). Entiéndase, era la tribuna perfecta para decir burradas a destajo, con la censura mínima que ofrece el decoro y completa impunidad gracias a las maravillas del pseudónimo. El asunto es que mi columnita no solo era mi adoración, sino también la de varios más, al punto que un día estaba toda despistada en la fotocopiadora de la Escuela y me encuentro con un par de novatas que yo jamás había visto en mi vida, comentando las burradas que había publicado esa quincena sin tener ni idea que era de la cabecita de quien tenían al lado de donde salía tanto disparate. Pero como las cosas no duran mucho - y yo no tengo gran talento para el largo plazo - Anna O. quedó sin tribuna apenas perdimos financiamiento.
Como aclaración, cuentan por ahí que la Anna O. for real era una loca de patio famosa, que contaba cuentecitos, venía culebras en vez de brazos y que un tal Breuer, amigo de tío Freud, la hizo turumba en la decimonónica Viena. Cuentan también que hablaba en lenguas, que medio viajaba por el tiempo y que era bien dada para la exageración, tanto así que se inventó un embarazo, con panza y todo, hasta que la señora Breuer le puso un paralé a tanto escándalo y le leyó la cartilla a su marido, porque claro el médico era él y algo tenía que haber estado haciendo para avivarle la cueca a la loca. Dicen que después renegó de tanto circo y se convirtió en una activista feminista aún más famosa, pero esa parte los psicólogos no la cuentan mucho porque encuentran harto más simpática y entretenida la parte en que parecía una posesa-gritona-me-enamoré-de-mi-doctor-y-mis-síntomas-son-raros-y-nada-tienen-que-ver-con-la-vida-de-mierda-que-llevo.
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The real Annita |
Como a mí me cae simpática tanta locura y creatividad, además de cierta identificación con esto de ser escandalosa oveja negra de la familia - porque fräulein Anna era de una familia no pituca-pituca, pero sí con hartas ganas de serlo, entonces no les tiene que haber gustado nada esto de que no fuera una dama de bien, calladita y dada a la vida social-busca-maridos-de-buena-familia. Y como todo eso me cae bien y tiendo a mirarlo con buenos ojos, me dio en mi época universitaria de ponerme sus zapatos y hacerme la loquilla - nada que ver con que en verdad lo haya sido.
En fin, acá va de nuevo, pero en versión 2.0. Es decir, con un poco más de canas - ¡malditas!, tengo una cana horrenda que me crece parada y se aparece insolente cada vez que me hago moño - y con alguna que otra historia por inventar contar. Ya están advertidos: todo lo que aquí aparezca, tal como mi adorable hermanito siempre dice, hay que dividirlo por cien y ahí recién evaluar qué tan cierto pueda ser. Por mi parte, juro que todo es verdad.