Dedicado a una pobre incomprendida que, entre tanta parturienta-conejosa, se niega a abrir la fábrica.
No sé si ya lo he dicho por aquí alguna vez o si simplemente lo repito muy seguido en la vida real (me suele ocurrir... repito mucho... demasiado... ya me tienen amenazada en la casa), pero he estado rodeada de mujeres desde que tengo memoria. Colegio de mujeres. Carrera de mujeres. Oficina de mujeres. Y muchas-muchas tías, además de una evidente supremacía matriarcal en ambas familias (sospecho que de parte de padre y madre desciendo de amazonas terroríficas come-cabezas-post-apareamiento). Es decir, tengo una sobresaturación mortífera y acumulada de estrógeno ambiental, lo que a estas alturas debiese repercutir en que mi único alimento sean mis pobres uñas, mientras me pregunto, ahogándome en angustia, por qué diablos no he engendrado una veintena de mini-me adorables y con cara de malulos, tal como lo han hecho mis hermosas y obedientes-del-id-y-multiplicaos de mis compañeritas de colegio. Sin olvidar el insolente tic tac del reloj biológico como música de fondo. Pero la verdad es que esto de la reproducción de la especie no se me da mucho y tengo más talento para la moderación y la prudencia que para el cuidado de niños. De hecho, me resulta más comprensible y amigable el Triángulo de las Bermudas, el huracán Katrina o la reforma tributaria, que encontrarme con un encantador y pequeño ejemplar de la raza humana.
Que no se me malentienda; me enternecen profundamente esas pequeñas bestias impredecibles, esas criaturas incivilizadas y poseedora de fluidos siniestros y misteriosos que salen de lugares que los adultos hemos aprendido a controlar con gracia. Me enternecen sus cachetitos estrujables y la imprudencia máxima con que abordan absolutamente todo. Reconozco que algunos son más que adorables y que sería muy capaz de hablar como boba y sin pudor para sacarles alguna risita. Pero como ya dije, estas pequeñas criaturas me resultan incomprensibles y misteriosas, igual que los gatos. Pasan de la felicidad al llanto con más facilidad que heroína de teleserie mexicana, teniendo múltiples necesidades pero sólo una forma de alarma: el inconfundible chillido de barraco. ¿Cómo cresta se supone que uno sepa qué diablos les pasa si para todo gritan igual? ¿Qué clase de ser viviente hace el mismo ruido cuando pide comida que cuando la devuelve? ¡¿Dónde están las instrucciones de este bicho?!
Y sí, estas criaturas me dan cierto cuquito-miedo-terror-quiero-a-mi-mamá-desde-El-Exorcista-que-no-tengo-tanto-susto. Pero después de horas de autobullying y de preguntarme dónde diablos está mi instinto maternal, cómo puede ser que el Servicio de Impuestos Internos de Afganistán y el Ébola juntos me resulten más amenos, me di cuenta que esto no es culpa mía. Nones. Esto es culpa de las miles de madres que me rodean y su morboso gusto de contarte todas las historias de terror que les han ocurrido a ellas, sus hermanas, amigas, tías, vecinas, conocidas, compañeritas de clase de cerámica y señora del supermercado. Hay una especie de placer en contar historias espantosas, como si fuera un de rito de iniciación para ingresar a un club siniestro y malvado o un requisito fundamental para recibir regalos y felicitaciones en el día de las madres. Y no es así no más, no, se trata más bien de una especie de competencia ultra malvada, en que cada cuento es peor que el anterior: algo así como la Teletón, pero no para que desembolses una culposa suma de pesitos, sino simplemente para verte sufrir y convulsionar de terror.
Obviamente, viene acá un extracto de los relatos típicos. Recomiendo fehacientemente que si usted es :
a) una pre-madre rosada,
b) un pre-padre devoto, o
c) un ser humano que valora su inocencia
se salte lo que sigue, cierre esta página y vuelva a su trabajo antes que su jefe descubra que está procrastinando de modo tan poco honorable. Para el resto:
Embarazo
Escuchar a una mujer hablar de su embarazo es, en el 100% de los casos, un anticonceptivo natural. Todas tienen su historia de terror y sé por ciencia cierta que ninguna disfruta el hermoso proceso de inflarse como globo, retener líquidos como esponja y cultivar estrías de por vida. No: la madre rosada y ultra feliz con su panza es un invento de los publicistas hombres que venden maternales o del Opus Dei. La verdad de las cosas es que la maravilla de las nauseas, los vómitos matutinos, el despedirse de los tobillos por nueve meses y el no tener ninguna postura cómoda-digna para sentarse o dormir no es precisamente algo parecido a ser una mujer mágica del país feliz que habita en la casa de la gominola de la calle de la piruleta (gracias Homero por tanta poesía). No. El embarazo se parece mucho más a ese regalo que todos los años te da tu tierna y anciana abuelita, que con ojos esperanzados te entrega ese chaleco horrible, 2 tallas más grandes de lo que cualquier mortal usaría, y que hace que te sientas mal por ser un humano tan horrendo que en vez de ver el amor a borbotones en ese maravilloso obsequio de la vida, siente ese cosquilleo de la culpa por no sentirse a gusto y odiarlo con todo el corazón.
Y ni hablar de las complicaciones: el origen de que cualquier mujer promedio, más o menos malcriada, más o menos insoportable-bruja-malvada-gusana-déspota-tírana-fábrica-de-macabeos-mamones-cobardes-y-temerosos-pusilánimes se convierta en la santa mamita. Porque ahí surgen todos los yo-he-hecho-tanto-por-ti, yo-que-estuve-nueve-meses-acostada-para-que-tú-maldito-malagradecido-nacieras, todos los de-verdad-vas-a-salir-a-esa-fiesta-y-dejarme-solita-no-importa-pásalo-bien-no-como-yo-cuando-casi-me-muero-de-alguna-enfermedad-inventada-para-que-tú-nacieras.
Sinceramente, ninguna gracia esto de ser mamíferos.
Parto
Dejando de lado la obviedad de que nada bueno puede pasar cuando te ves forzado a desafiar las leyes de la física y el sentido común haciendo pasar una sandía por el espacio de una uva, siempre que hay un grupo de mujeres celebrando a una nueva embarazosa surgen es obligatorio que cada una hable de su sufrido y horroroso parto. Es un asunto de maldad femenina para devolver la mano a tanto sufrimiento (que tampoco puede ser tanto porque estamos en el siglo XXI, existe la anestesia y no vivimos en Irak). Porque la escena es más o menos así: la nueva e inocente futura merecedora de 6 meses de postnatal cuenta su noticia, con dicha y felicidad, y el grupo de madres experimentadas hace catarsis de los horrores vividos. Y ellas con la amabilidad y el tino de un hacha te recuerdan que las cosas no son como en las películas, que hay un equipo médico completo con las narices metidas en lugares de tu anatomía que preferirías que nunca reciban tanta luz, mientras te hacen bolsa la espalda con la anestesia para que no sientas como tu retoño te destroza allá abajo; todo esto con sangre y cochinadas varias. Y entonces la nueva madre se lamenta de no haber tenido dolor de cabeza aquella romántica noche y se pregunta cómo diablos salgo de ésta... Pero no se puede y tus amigas te recuerdan que el parto es como marzo, puede estar lejos pero siempre llega.
Adorable criatura
Porque después de estar inflada como sandía y con desértica retención de líquidos, la pobre y agotada madre cree que terminó todo y que por fin podrá descansar y volver a tener una anatomía funcional, ser nuevamente hermosa y lozana y disfrutar de las bondades de la vida. Pero la criatura está dotada de pulmones y sabe usarlos. Por si fuera poco, al poco andar se da cuenta que la criatura no tenía sus instrucciones adosadas en la espalda y que no hay SERNAC infantil ante el cual quejarse. Adiós a lujos burgueses y de primer mundo como dormir y comer en horarios decentes. Adiós vida social y ser una despreocupada-niña-a-lo-Candy-me-importa-un-comino-que-el-mundo-se-caiga-en-mil-pedazos-yo-vivo-en-Viena-y-tengo-rulos-perfectos y bienvenida esa maravillosa sensación de que en cualquier minuto tu vida se convierte en el set de Vuelve Temprano.
Y en esta parte el hombre no se las lleva peladas, porque además de tener que soportar, estoico y calladito, que el bellísimo-espécimen-sé-que-no-es-tan-rica-como-para-salir-en-Playboy-pero-igual-salva con la que está casado, pase a convertirse primero en un Frankenstein hormonal, y luego en un estropajo cansado y, a veces, maloliente, sin más energías que hacer callar a la criatura y lograr que sobreviva un día más. Es decir, a él le toca pasar de ser el príncipe-azul-corazoncito-amor-de-mi-vida-tu-ponchera-es-sexy-y-tu-pelada-incipiente-muestra-irrefutable-de-tu-hombría-ven-para-acá-que-me-convierto-en-lo-que-quieras, a ser un córrete-mierda-por-qué-cresta-no-eres-capaz-de-cambiar-un-pañal-no-me-pienso-duchar-porque-tú-ahora-eres-invisible.
Pero no todos son horrores. Como decía más arriba, estas pequeñas criaturas también traen harta felicidad (es eso, o la humanidad es lo más idiota que puede haber por seguir perpetuándose). Y hablando con seriedad, la mini bestia en cuestión no puede ser la responsable de que todo lo relativo a ellas sea un anticonceptivo natural. También es culpa de la función-madre. Estoy convencida que toda mujer, por muy encantadora, desprejuiciada, sensata (de esas hay pocas), dulce y sabía, tiene en sí el germen de la madre-nefasta... pero eso quedará para otra ocasión.
No sé si ya lo he dicho por aquí alguna vez o si simplemente lo repito muy seguido en la vida real (me suele ocurrir... repito mucho... demasiado... ya me tienen amenazada en la casa), pero he estado rodeada de mujeres desde que tengo memoria. Colegio de mujeres. Carrera de mujeres. Oficina de mujeres. Y muchas-muchas tías, además de una evidente supremacía matriarcal en ambas familias (sospecho que de parte de padre y madre desciendo de amazonas terroríficas come-cabezas-post-apareamiento). Es decir, tengo una sobresaturación mortífera y acumulada de estrógeno ambiental, lo que a estas alturas debiese repercutir en que mi único alimento sean mis pobres uñas, mientras me pregunto, ahogándome en angustia, por qué diablos no he engendrado una veintena de mini-me adorables y con cara de malulos, tal como lo han hecho mis hermosas y obedientes-del-id-y-multiplicaos de mis compañeritas de colegio. Sin olvidar el insolente tic tac del reloj biológico como música de fondo. Pero la verdad es que esto de la reproducción de la especie no se me da mucho y tengo más talento para la moderación y la prudencia que para el cuidado de niños. De hecho, me resulta más comprensible y amigable el Triángulo de las Bermudas, el huracán Katrina o la reforma tributaria, que encontrarme con un encantador y pequeño ejemplar de la raza humana.
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Hermoso y terrorífico |
Que no se me malentienda; me enternecen profundamente esas pequeñas bestias impredecibles, esas criaturas incivilizadas y poseedora de fluidos siniestros y misteriosos que salen de lugares que los adultos hemos aprendido a controlar con gracia. Me enternecen sus cachetitos estrujables y la imprudencia máxima con que abordan absolutamente todo. Reconozco que algunos son más que adorables y que sería muy capaz de hablar como boba y sin pudor para sacarles alguna risita. Pero como ya dije, estas pequeñas criaturas me resultan incomprensibles y misteriosas, igual que los gatos. Pasan de la felicidad al llanto con más facilidad que heroína de teleserie mexicana, teniendo múltiples necesidades pero sólo una forma de alarma: el inconfundible chillido de barraco. ¿Cómo cresta se supone que uno sepa qué diablos les pasa si para todo gritan igual? ¿Qué clase de ser viviente hace el mismo ruido cuando pide comida que cuando la devuelve? ¡¿Dónde están las instrucciones de este bicho?!
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Que hermosa y pacífica es la maternidad |
Y sí, estas criaturas me dan cierto cuquito-miedo-terror-quiero-a-mi-mamá-desde-El-Exorcista-que-no-tengo-tanto-susto. Pero después de horas de autobullying y de preguntarme dónde diablos está mi instinto maternal, cómo puede ser que el Servicio de Impuestos Internos de Afganistán y el Ébola juntos me resulten más amenos, me di cuenta que esto no es culpa mía. Nones. Esto es culpa de las miles de madres que me rodean y su morboso gusto de contarte todas las historias de terror que les han ocurrido a ellas, sus hermanas, amigas, tías, vecinas, conocidas, compañeritas de clase de cerámica y señora del supermercado. Hay una especie de placer en contar historias espantosas, como si fuera un de rito de iniciación para ingresar a un club siniestro y malvado o un requisito fundamental para recibir regalos y felicitaciones en el día de las madres. Y no es así no más, no, se trata más bien de una especie de competencia ultra malvada, en que cada cuento es peor que el anterior: algo así como la Teletón, pero no para que desembolses una culposa suma de pesitos, sino simplemente para verte sufrir y convulsionar de terror.
Obviamente, viene acá un extracto de los relatos típicos. Recomiendo fehacientemente que si usted es :
a) una pre-madre rosada,
b) un pre-padre devoto, o
c) un ser humano que valora su inocencia
se salte lo que sigue, cierre esta página y vuelva a su trabajo antes que su jefe descubra que está procrastinando de modo tan poco honorable. Para el resto:
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Se los advertí |
Embarazo
Escuchar a una mujer hablar de su embarazo es, en el 100% de los casos, un anticonceptivo natural. Todas tienen su historia de terror y sé por ciencia cierta que ninguna disfruta el hermoso proceso de inflarse como globo, retener líquidos como esponja y cultivar estrías de por vida. No: la madre rosada y ultra feliz con su panza es un invento de los publicistas hombres que venden maternales o del Opus Dei. La verdad de las cosas es que la maravilla de las nauseas, los vómitos matutinos, el despedirse de los tobillos por nueve meses y el no tener ninguna postura cómoda-digna para sentarse o dormir no es precisamente algo parecido a ser una mujer mágica del país feliz que habita en la casa de la gominola de la calle de la piruleta (gracias Homero por tanta poesía). No. El embarazo se parece mucho más a ese regalo que todos los años te da tu tierna y anciana abuelita, que con ojos esperanzados te entrega ese chaleco horrible, 2 tallas más grandes de lo que cualquier mortal usaría, y que hace que te sientas mal por ser un humano tan horrendo que en vez de ver el amor a borbotones en ese maravilloso obsequio de la vida, siente ese cosquilleo de la culpa por no sentirse a gusto y odiarlo con todo el corazón.
Y ni hablar de las complicaciones: el origen de que cualquier mujer promedio, más o menos malcriada, más o menos insoportable-bruja-malvada-gusana-déspota-tírana-fábrica-de-macabeos-mamones-cobardes-y-temerosos-pusilánimes se convierta en la santa mamita. Porque ahí surgen todos los yo-he-hecho-tanto-por-ti, yo-que-estuve-nueve-meses-acostada-para-que-tú-maldito-malagradecido-nacieras, todos los de-verdad-vas-a-salir-a-esa-fiesta-y-dejarme-solita-no-importa-pásalo-bien-no-como-yo-cuando-casi-me-muero-de-alguna-enfermedad-inventada-para-que-tú-nacieras.
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Y eso que la realidad siempre supera la ficción |
Sinceramente, ninguna gracia esto de ser mamíferos.
Parto
Dejando de lado la obviedad de que nada bueno puede pasar cuando te ves forzado a desafiar las leyes de la física y el sentido común haciendo pasar una sandía por el espacio de una uva, siempre que hay un grupo de mujeres celebrando a una nueva embarazosa surgen es obligatorio que cada una hable de su sufrido y horroroso parto. Es un asunto de maldad femenina para devolver la mano a tanto sufrimiento (que tampoco puede ser tanto porque estamos en el siglo XXI, existe la anestesia y no vivimos en Irak). Porque la escena es más o menos así: la nueva e inocente futura merecedora de 6 meses de postnatal cuenta su noticia, con dicha y felicidad, y el grupo de madres experimentadas hace catarsis de los horrores vividos. Y ellas con la amabilidad y el tino de un hacha te recuerdan que las cosas no son como en las películas, que hay un equipo médico completo con las narices metidas en lugares de tu anatomía que preferirías que nunca reciban tanta luz, mientras te hacen bolsa la espalda con la anestesia para que no sientas como tu retoño te destroza allá abajo; todo esto con sangre y cochinadas varias. Y entonces la nueva madre se lamenta de no haber tenido dolor de cabeza aquella romántica noche y se pregunta cómo diablos salgo de ésta... Pero no se puede y tus amigas te recuerdan que el parto es como marzo, puede estar lejos pero siempre llega.
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Castigo divino... todo por culpa de una manzana |
Adorable criatura
Porque después de estar inflada como sandía y con desértica retención de líquidos, la pobre y agotada madre cree que terminó todo y que por fin podrá descansar y volver a tener una anatomía funcional, ser nuevamente hermosa y lozana y disfrutar de las bondades de la vida. Pero la criatura está dotada de pulmones y sabe usarlos. Por si fuera poco, al poco andar se da cuenta que la criatura no tenía sus instrucciones adosadas en la espalda y que no hay SERNAC infantil ante el cual quejarse. Adiós a lujos burgueses y de primer mundo como dormir y comer en horarios decentes. Adiós vida social y ser una despreocupada-niña-a-lo-Candy-me-importa-un-comino-que-el-mundo-se-caiga-en-mil-pedazos-yo-vivo-en-Viena-y-tengo-rulos-perfectos y bienvenida esa maravillosa sensación de que en cualquier minuto tu vida se convierte en el set de Vuelve Temprano.
Y en esta parte el hombre no se las lleva peladas, porque además de tener que soportar, estoico y calladito, que el bellísimo-espécimen-sé-que-no-es-tan-rica-como-para-salir-en-Playboy-pero-igual-salva con la que está casado, pase a convertirse primero en un Frankenstein hormonal, y luego en un estropajo cansado y, a veces, maloliente, sin más energías que hacer callar a la criatura y lograr que sobreviva un día más. Es decir, a él le toca pasar de ser el príncipe-azul-corazoncito-amor-de-mi-vida-tu-ponchera-es-sexy-y-tu-pelada-incipiente-muestra-irrefutable-de-tu-hombría-ven-para-acá-que-me-convierto-en-lo-que-quieras, a ser un córrete-mierda-por-qué-cresta-no-eres-capaz-de-cambiar-un-pañal-no-me-pienso-duchar-porque-tú-ahora-eres-invisible.
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¿No sabías, campeón? |
Pero no todos son horrores. Como decía más arriba, estas pequeñas criaturas también traen harta felicidad (es eso, o la humanidad es lo más idiota que puede haber por seguir perpetuándose). Y hablando con seriedad, la mini bestia en cuestión no puede ser la responsable de que todo lo relativo a ellas sea un anticonceptivo natural. También es culpa de la función-madre. Estoy convencida que toda mujer, por muy encantadora, desprejuiciada, sensata (de esas hay pocas), dulce y sabía, tiene en sí el germen de la madre-nefasta... pero eso quedará para otra ocasión.
Jajajaj... está buena! Entonces... estás embarazada?
ResponderEliminarEhhh... no pues Tomás! Jajaja
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