20 dic 2015

Mujeres II (O sobre dos especímenes que debieran ser asesinados inmediatamente)

Lo he dicho hasta el cansancio, a riesgo de parecer que es mi único tema: las mujeres, con todo ese mundo ultra femenino y pelotudo, no son santas de mi devoción. Juro y re juro que prefiero un nido de serpientes de cascabel rabiosas y con hambre, antes que un grupete de féminas encantadoras y políticamente correctas. De hecho, me parece más plácido y atractivo pagar mis impuestos sin ningún atisbo de elusión, que un ambiente cargado de estrógeno (salvo que se trate de mis amigas, quienes se sienten cómodas con su maldad infinita y tienen la amabilidad de ser unas brujas descaradamente bestias, lo que se los agradezco por montones porque así no tengo que andar disimulando santidad).
Obvio que todas comentan que la rubia no es natural y que en verdad se llamaba Pedro
Entre toda la jungla de minas insufribles, hay dos tipos que me revientan, dos especímenes horrendos que debieran ser erradicados sin demora ni piedad. Son dos tipos de mujeres que me despiertan una ira profunda, en que su sola presencia hace que me hierva la sangre, se me eche a perder el día y me den ganas de golpearlas brutalmente o sacar un lanzallamas. Insisto. No son todas, sino que solo dos. Dejo fuera a la vieja caradura, a la pechoña, a la gorda pinochetista, a la militante bigotuda, a la mala madre y a la que se cree buena también, a la arribista, a la mandona, a la Espinita (conozco una y es insoportable, pero igual la dejo fuera), a la princesa, a las novias (todas insufribles: sépanlo ya, a nadie le importa que cambien el estado civil y las fifen legalmente), a la cotorra, la cobarde, la prepotente y la ultra buena, a la narcisista malvada (todas), la vanidosa y la que no tiene una gota de grasa (maldita, ya te haremos engordar), la hippie, la perfecta (muere, cerda), la loca, la jefa déspota, la controladora y la celosa, la fea sin pudor, la avasalladora, la cabra chica, la que se cree simpática, la fundamentalista, la cabra mañosa, la burócrata amargada, la chupamedia y la patética enamorada del jefe, la que le coquetea a los maridos ajenos y a los papás de las amigas, a la vieja alolada tóxica, la perna, la monja y la remilgada, la bruja no declarada y la que solo habla de sus niños (¡feos!)... y, en fin, una larga lista de etcéteras.

Lo que une a estas dos es que la reacción es siempre la misma: absoluta sorpresa ante los increíbles niveles a los que puede llevar: sólo tres letras, CTM.

La-mina-tonta-que-no-lo-sabe

Ojo, no tengo nada contra la estupidez. De hecho, en algunos contextos me parece francamente adorable y yo misma, más seguido de lo que quisiera, derrocho imbecilidad con un talento digno de profesional. La tontera de ciertos personajes públicos me resulta enternecedora y considero encantador cada vez que algunas abren sus boquitas y dicen algo fascinante que hace gala de sus orígenes de macaco.

Pero la-mina-tonta-que-no-lo-sabe es otra cosa. Por supuesto, la-mina-tonta-que-no-lo-sabe no lo es por no saber, porque obviamente no le podemos andar pidiendo a la gente que tenga absoluta conciencia y conocimiento del nivel que alcanza su idiotez. Pero siempre hay cierta sospecha de que, en realidad, uno no tiene dedos para todos los pianos, cosa que esta mina aún no se ha enterado y piensa, tonta ella, que puede intervenir en todos los bailes. Entonces se acerca con suma seriedad y absoluta falta de respeto, demostrando sin pudor su completa falta de capacidad para unir dos puntos. Dueña de una lógica sorprendente, resulta toda una aventura cada vez que abre la boca, porque es imposible anticipar qué tipo de pelotudez va a decir. Lo peor de todo es que todas las veces que me he topado con una de éstas -más de lo que mis nervios y escuálida paciencia son capaces de aguantar-, siempre siempre han tenido cierto tipo de poder.

La-mina-tonta-que-no-lo-sabe suele verse delatada por su cara de impávida tontera, que refleja su completa incapacidad para distinguir el día martes del color azul. Al principio uno la ve y, si bien Pepe Grillo avisa que no hay que darle ninguna oportunidad, ningún atisbo de beneficio de la duda, lo desprejuiciado está de moda, entonces uno igual la escucha, engañados por su apariencia de homo sapiens. Pero no, en esa cabecita no hay materia gris. No la hay. Pero el asunto no queda ahí, porque como decía, no es el inevitable torrente de imbecilidad lo empelotante, sino que el desparpajo y completa falta de pudor con que articula ideas que no pueden ser más que de antropológico interés.

Por supuesto, no tiene opinión, cosa de la que tampoco se ha enterado, pero curiosamente es lo más burra que hay, por lo que es imposible razonar con ella. No reconocería un matiz ni aunque su vida dependiera de ello y la humanidad podría extinguirse con rapidez si estuviera a su cargo. A ratos con ella, lo que corresponde es el enojo, otras veces es la sorpresa absoluta. Los médicos dicen que es peligroso para la salud tomarla en serio.

Ay, la amo

Mina jodida

Hace más o menos un año atrás estaba en un avión, un bus o un taxi (la ambigüedad es a propósito porque la historia es sorprendentemente real) y escucho la afligida voz de una mujer que se acaba de dar cuenta que perdió su iphone, botella de agua o corchetera (ídem). Resulta que en un acto de estupidez comprensible, empatizable y, sobre todo, absolutamente atribuible a su propia responsabilidad, había dejado el artilugio, digamos que en la cafetería del lugar de embarque (ok, no era un taxi). Con apuro y sin vergüenza tocó cuantas veces pudo el botoncito que llamaba al auxiliar o azafata. No contenta con eso, se paró de su asiento, caminó por el pasillo y volvió a sentarse al menos  tres o cuatro veces (su compañero de asiento, el pobre y anónimo desconocido que no tenía ningún pito que contar en esta historia, no dijo nada, lo que daba risa). Entonces cuando llegó la adorable y estupenda señorita auxiliar (ok, tampoco era un bus) a pedirle a la energúmeno que por favor se siente, le plantea que ha perdido su iphone, botella de agua o corchetera y que es fundamental volver a la cafetería en cuestión para recuperar tan indispensable objeto, atraso que por supuesto, cómo no, todos los demás pasajeros iban a considerar razonable. Quise escupir a la azafata cuando enganchó con el dolor-tozudez-maleducación de la mujer en cuestión y la llevó donde el piloto con la esperanza de que el admirable-cristiano-que-durante-una-hora-tendría-literalmente-nuestra-vida-en-sus-manos pudiese dar alguna respuesta (es importante comentar que a estas alturas el avión se encontraba por partir a la pista). Ignoro qué habrá ocurrido en la cabina de piloto, pero a juzgar por la indignación de la bestia en cuestión al volver y que el avión ya se movía, asumo que no fue la respuesta favorable que, obviamente, esperaba. Ya en el aire, volvió la sinfonía de timbrazos a la azafata, a quien le vociferaba la responsabilidad de la línea aérea en la recuperación de su iphone, botella de agua o corchetera, exigiendo que el piloto se comunique con la torre de control, para que ellos se comuniquen con el counter de Lan, para que envíen a un emisario que vaya a ver en el asiento de la ventana de la cuarta mesa de la cafetería si acaso estaba por ahí el iphone, botella de agua o corchetera. Lo mínimo, obvio. Y como la gente de Cueto no tiene más responsabilidad que velar por las chiquilladas de sus clientes, la pobre y bien maquillada azafata hubo de volver donde el capitán para que dirija parte de su atención destinada a llevarnos a salvo a destino, a indagar qué diantres fue del artefacto en cuestión. Hubo muchos dimes y diretes, rasgaduras de vestidos, algo de llanto y argumentos incomprensibles. Finalmente, el asunto terminó en una carta de reclamo de más de cuatro planas (tuvo que ocupar los márgenes para manifestar su indignación), la que escribió con pulso tembloroso y boca apretada (sí, mirar todo esto era mucho más entretenido que leer la revista del avión o dedicarme a cualquier cosa concerniente a mi propia vida).

¡¿Qué onda esta mina?! ¿Qué descalabro hormonal o de neurotransmisores motivó todo esto? ¿Qué diablos pasa por la cabeza de estas minas que creen tener la razón cuando alegan que los planetas no giran alrededor suyo? Y más importante aún, a riesgo de que las feministas me acusen de bestia, ¿cómo es que nadie nunca les ha propinado el merecido combo de hocico que a gritos piden que les den?


CTM...


Ah. Nunca hubo botella de agua ni corchetera: era un iphone.



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